Con el paso de los años diversos estudios médicos han demostrado que cada vez hay más dolencias relacionadas con la comida como problemas digestivos, alergias, formación de células cancerígenas e incluso enfermedades óseas. Esto es consecuencia de una serie de circunstancias de nuestro día a día que a priori no las damos la suficiente importancia pero que a largo plazo pueden tener efectos graves en nuestra salud.
Un estudio realizado en España en el año 2016 aseguró que el consumo de productos frescos como la carne, pescado y hortalizas disminuyó mientras que aumentó la compra de alimentos tales como la bollería industrial y los platos precocinados.
¿A qué se deben estos cambios? Es obvio que el ritmo de vida se ha visto acelerado en las últimas décadas por trabajo, distancias a recorrer, familia, etc. La falta de tiempo nos obliga a optimizar los recursos tanto temporales como económicos. A día de hoy es mucho más fácil, cómodo y barato comprar un alimento procesado o precocinado con el fin de comerlo al instante sin necesidad de tener que preparar los ingredientes, cocinar, etc. De esta forma en menos de 2 minutos en el microondas tenemos un plato caliente para comer rápido y seguir con nuestra jornada.
Lo mismo pasa con la bollería industrial. Aquellos que tenemos hijos o hermanos menores a nuestro cargo sabemos lo difícil que es gestionar el tiempo cuando hay niños de por medio. Por ese motivo, en momentos como el desayuno o la merienda caemos en la tentación de comprar un paquete de magdalenas en el supermercado para que lo mojen en el Cola Cao. De esta forma evitamos tener que gastar tiempo en preparar algo más elaborado.
Este tipo de productos ofrecen muchas facilidades pero el consumo regular de éstos puede tener consecuencias negativas para el organismo potenciando las probabilidades de desarrollar diabetes, colesterol y hasta células cancerígenas.
Por ese motivo es importante pararse a leer los ingredientes de los alimentos que normalmente compramos. Muchos de ellos a simple vista pueden parecer sanos pero gran parte de ellos contienen una serie de químicos corrosivos para la salud como es el caso del glutamato monosódico, del que hablaremos más adelante en otro post.
Otro de los hábitos que tenemos es el consumo diario del agua de grifo ya sea para beber o para cocinar con ella. ¿Quién no ha hervido pasta en la cazuela con agua del grifo o ha bebido un buen vaso para refrescarse?
Este tipo de agua que llega a nuestros hogares es sometida a una serie de procesos en los que se añaden componentes como el cloro, una sustancia declarada perjudicial para la salud por el Consejo para la Calidad del Medio Ambiente de los Estados Unidos ya que se ha demostrado mediante estudios que la probabilidad de desarrollar cáncer es un 93% más alta en personas que consumen de forma regular este agua.
Por ello se recomienda tener un buen filtro en los grifos. De esta manera podremos evitar ingerir una parte de los elementos dañinos que se emplean para la mejor conservación del agua.
Además, podemos encontrar otras sustancias como el flúor en la pasta de dientes e incluso en el agua del grifo de algunas comunidades autónomas españolas como País Vasco, Extremadura, Andalucía y Murcia. El flúor en pequeñas cantidades no es corrosivo para la salud humana pero si se abusa de ello sí que puede llegar a serlo. Para más información os facilitamos el documento oficial de la OMS (Organización Mundial de la Salud) con todos los detalles respecto al flúor, cantidades de ingesta y su repercusión en el cuerpo humano.
La falta de tiempo y el estrés
Como hemos dicho previamente, el ritmo de vida se ha acelerado, sobre todo para todas aquellas personas que viven en ciudades grandes. Las distancias que hay que recorrer para ir al trabajo, llegar a tiempo a recoger a los niños, hacer las tareas de casa… Son labores que nos dificultan poder disfrutar de momentos de paz y destinar esfuerzos en buenos hábitos como lo es la comida.
Hay que dedicar tiempo de calidad a los momentos en los que paramos para comer. No somos conscientes de lo importante que es relajarse y disfrutar de los alimentos. Aunque no lo parezca es un momento para nosotros, para desconectar y recargar nuestras energías. Si comemos con prisas y nerviosismo solo estamos provocando alteraciones a nuestro sistema digestivo ya que no estamos masticando lo suficiente el alimento y lo estamos “engullendo”. Lo óptimo sería dedicar alrededor de 30 minutos a cada comida y dejar a un lado problemas que nos causan estrés o ansiedad.
La conclusión que hemos sacado es que en numerosas ocasiones es necesario emplear el tiempo y el dinero en seleccionar productos de calidad con el menor contenido de químicos posible y saber frenar este ajetreado ritmo para disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Puede que en el día a día gastemos más tiempo en ello pero también lo estamos ganando en años de vida y salud.